Fueron 103 chicos y chicas, que venían desarrollando su camino de discernimiento tanto en las horas de clase de la Formación Religiosa, como en el espacio del Retiro de tres días que vivimos entre agosto y septiembre.
Como cada año, a raíz de la cantidad elevada de asistentes para compartir este paso trascendental en la vida cristiana de este grupo de estudiantes, el Gimnasio Grande de la escuela se transformó en templo para celebrar la misa.
Para la Iglesia, la Confirmación es la fiesta de la comunidad. En nuestra escuela, la palpable evidencia de esta afirmación ha sido, a lo largo de este proceso de preparación, el invalorable acompañamiento tanto de estudiantes de 6to. Año, como de los Coordinadores de la Pastoral Juvenil. Ellos también fueron testigos y compañeros durante la Celebración.
Desde las palabras del celebrante, comunitariamente renovamos y le dimos actualidad a aquellas promesas que hicieron otros en nuestro Bautismo. A su vez, acompañados por cada padrino y madrina, los confirmandos recibieron a esa marca imborrable que les da la Crismación (la marca en la frente con el crisma o aceite perfumado) y los hace testigos de la presencia del Espíritu Santo en el mundo. En un clima festivo pero cargado de interioridad, recibieron el Espíritu Santo diciéndole SÍ a la propuesta de vida de Jesús.
Luego de compartir la mesa de la eucaristía, que algunos de recibieron por primera vez, cerramos la celebración con un gesto concreto: a partir del signo de que cada confirmado y confirmada sostuviera una vela encendida, invitamos a que hagan entrega de la misma a alguna de las personas presentes que fuera significativa en sus vidas. De esta forma, hicimos concreta la propuesta de Dios en el sacramento, ser signo de luz para la vida de otros.
Como reza la canción que nos acompañó durante este gesto final, le pedimos a Jesús que nos enseñe su modo de hacer sentir al otro más humano, que su mano sea nuestra mano y su modo de proceder, el nuestro.
Que viva Jesús en nuestros corazones... ¡por siempre!